lunes, 3 de julio de 2017

Un año después.....

Un año después me asomo a este lugar para deciros que vuelvo a viajar, esta vez hacia el oeste. De nuevo a Perú, país en el que estuve en el año 2013. En esa ocasión fui a la zona de la sierra, a los Andes. Ahora voy hacia el norte, a la zona de selva amazónica. Os invito a acompañarme, como habéis hecho en la otras ocasiones, a través de mis palabras y de las imágenes.
Gracias por todo y espero no defraudaros

Compartiendo caminos y sueños: tejiendo alas

jueves, 1 de septiembre de 2016

El reino de la basura

Adiós Manila
Ya estoy de vuelta en este mundo confortable, lleno de comodidades y calidad de vida en el que escucho como una melodía cansina y monótona las quejas de los demás porque se acabaron las vacaciones y hay que volver al trabajo o porque hace calor, o .... 
Y esas quejas me transportan y me traen las imágenes de personas y situaciones que viví durante este tiempo y me duelen y me hacen sentir el profundo abismo entre los que no tienen nada y los que no saben lo que tienen.
Aún quedaron muchas cosas por contar que reservaré para mí misma y otras muchas que se arremolinan en mi cabeza en  giros vertiginosos esperando encontrar un lugar en el que encajarlas para continuar adelante con mi vida "normalizada".
El domingo que salíamos de Filipinas hicimos un último viaje para ir a ver un enorme vertedero. No sé exactamente por qué decidieron llevarnos allí pero ambas estuvimos de acuerdo en hacerlo. No fui capaz de hacer ninguna foto; me quedé pegada al cristal de la ventanilla y no podía dejar de observarlo todo para intentar comprender y asimilar lo que estaba viendo. 
No tengo más imágenes que las que mis palabras puedan evocar. Intentaré, con ellas, transmitir el cúmulo de sensaciones que me invadieron en el tiempo que duró este viaje, corto, pero que pasó ante mis ojos como una película a cámara lenta.
Manila es una ciudad sucia, inhóspita y de unos grandes contrastes. Las distancias se miden en tiempo y en función del tráfico de modo que cualquier desplazamiento se convierte en un viaje que puede tardar horas en recorrer distancias irrisorias. Camiones enormes abarrotados con todo tipo de materiales, furgonetas sucias cargadas de cualquier cosa, autobuses con rostros hastiados alineados en sus ventanillas, coches viejos y decrépitos o nuevos con cristales casi negros. Jeepneys, el transporte colectivo barato que hacina en su interior a más personas de las que debiera; triciclos cargados con personas que protegen su boca y su nariz de la contaminación; personas que se juegan la vida vendiendo sus artículos entre los vehículos atascados en un continuo embotellamiento que aquí forma parte de la vida de los habitantes de esta ciudad. 
Para acentuar estos contrastes, zonas de casas pobres se van alternado con grandes y lujosos centros comerciales que parecen de otro mundo, cableados laberínticos que se van enmarañando de poste en poste y grandes letreros luminosos de anuncios con modelos y niños que sonríen sin mirar hacia abajo, incapaces de ver la miseria. Y debajo de cualquier saliente en las aceras o bajo un puente, bultos de gente durmiendo protegiéndose con plásticos ennegrecidos de los regueros de agua de las continuas lluvias. Iglesias y capillas pobres junto a otras enormes y pretenciosas de un color gris pero limpio, una réplica de San Pedro del Vaticano, con arquitectura más o menos conseguida pero de un extraño color verdoso sin vida,...
Los domingos se puede circular con relativa fluidez. Esa mañana se había levantado muy lluviosa pero aquí, por habitual, la lluvia no es motivo para suspender ninguna actividad previamente programada, así que nos pusimos en marcha. Todo el paisaje urbano del que hablaba antes volvió a pasar por mi ventanilla, pero esta vez especialmente gris por las gotas de lluvia que se quedaban en los cristales. 
Íbamos avanzando con nuestra furgoneta blanca y el decorado empezó a cambiar de forma nada sutil; cada vez el color de las casas era más oscuro y la suciedad parecía haberse adueñado de todo, como un manto gris y fúnebre. Tapias que apenas ocultaban tras de sí una montaña de neumáticos viejos, otras, con plásticos sucios atados formando enormes haces. Montones de trapos de los que colgaban jirones que alguna vez tuvieron colores vivos. Botellas, alambres, cables, hierros,... y recorriendo estas calles, decenas de camiones sucios rebosando una carga de desechos y basuras. 
Este vertedero es uno de los muchos que tiene la ciudad: una gran montaña de basura crece como un animal al que no deja de alimentarse, y las continuas lluvias hacen que se desarrollen en él plantas verdes de modo que, de lejos, parece una colina. 
A medida que nos acercábamos pude comprobar la vida que bullía alrededor de él. Una calle estrecha e inclinada era el acceso de los camiones; cuando alguno de ellos se paraba un poco, varios hombres se subían en él y empezaban a escarbar en su contenido, echando fuera lo que sus manos expertas en esta carga consideraban aprovechable y una vez abajo, otros hombres (o mujeres) lo iban recogiendo y cargando en carretillas o sobre sus espaldas.
Y casas.
Alrededor de los límites del vertedero, casas fabricadas con los mismos materiales que un día llegaron hasta aquí en camiones. Tan pegadas a la ladera que con las lluvias, según nos contaban, más de una vez se habían quedado sepultadas algunas de ellas, matando a sus habitantes bajo un montón de desechos mojados y humeantes por la combustión de sus propios materiales. 
Casas por todas partes, hechas con retales de cartones, chapas, anuncios publicitarios que un día invitaban a beber refrescos o a comer salchichas. Con mujeres delgadas que hacían la colada en barreños lavando ropas que nunca parecerían limpias. Rostros sucios, con miradas viejas. Gente moviéndose de aquí para allá, cargados con todo tipo de "tesoros" extraídos de  la montaña que los alimentaba a todos. 
No podía dejar de mirar ese mundo que se abría ante mis ojos. Seguía cayendo una fina lluvia que empañaba los cristales y yo me movía de un lado a otro buscando un resquicio de cristal que me dejara asomarme. En un par de ocasiones Erlin bajó la ventanilla para preguntar algo y un espeso hedor se introdujo en el interior del coche añadiendo otro elemento a ese decorado. Un hombre en un tenderete vendía comida: tacos de carne frita en aceite y espantaba las moscas con una rama, apartándolas del género que estaba vendiendo. Más adelante, tirado en mitad de la calle un cerdo, que lanzaba sus últimos chillidos con un tajo en el cuello, mientras un hombre lo sujetaba con un pie sobre la cabeza y otro hacía fuego y calentaba agua en un bidón para chamuscarlo y trocearlo, ratas burlándose de los escuálidos y magullados gatos,... 
Y en medio de este mundo, por todas partes, niños. Los niños más grises y tristes que he visto en mi vida; buscando basura y mordisqueando lo que encontraban. Otro estaba acarreando cartones mojados y se paraba de vez en cuando a apretar el nudo de un trapo que llevaba a modo de vendaje en una pierna, sucio como el suelo. Un pequeño que apenas caminaba con seguridad llevaba un cachorro atado a una cuerda, tirando de él pero sin intención de jugar...Todos con las miradas hacia abajo, tristes y vacías, con muecas en sus labios, viviendo como súbditos y esclavos sin futuro en todo este inmenso reino en el que la basura es la reina, la dueña y la protagonista. 
Alguien dijo que para adentrarnos más aquí necesitábamos un permiso especial así que, igual que entramos en este mundo nos fuimos alejando de él, mientras yo no podía dejar de mirar lo que dejábamos atrás. Esas imágenes me siguen acompañando y creo que lo harán siempre. 
El coche fue tomando velocidad como intentando escapar de la suciedad, las ratas y los desechos. Y no muy lejos de allí, en un gran cartel luminoso, un niño rollizo vestido con un traje azul cielo impecable, anunciaba un detergente con suavizante convenciendo a su mamá que lo usara porque dejaba la ropa impecable, perfumada y esponjosa.    


domingo, 21 de agosto de 2016

Hogares con corazón

Las Siervas de San José tienen aquí en Manila dos talleres de confección, uno en la zona de Quezon City y otro en el barrio de Mandaluyong.
La fundadora de esta congregación tuvo muy claro desde el principio cuál era su objetivo: formar a las mujeres que emigraban del campo a la ciudad para evitar que su única salida fuera el servicio doméstico o la prostitución y proporcionarles un medio de ganarse la vida y ser independientes.  Desde sus inicios pues, el carisma de esta congregación siempre está ligado al trabajo y a la mujer, hasta el punto que hay un movimiento iniciado para nombrarla patrona de la mujer trabajadora.
Hasta ahora he tenido la suerte de conocer en el terreno un par de estos fantásticos y ambiciosos proyectos: en Perú la casa de la mujer Wasi Nazaret en Checacupe, donde trabajan por la dignidad y la promoción de la mujer campesina. En el Congo donde luchan  por la alfabetización y el desarrollo integral de las mujeres que acuden cada día.
Y ahora he tenido el privilegio una vez más de comprobar que este trabajo es incansable. En los dos talleres de los que hablaba al principio y de los que podéis tener más detalles en el post de Diana, mi compañera de viaje en esta aventura filipina, trabajan mujeres. Las trabajadoras inicialmente eran personas en riesgo de exclusión social o en situación de pobreza.
En los principios recibieron la formación adecuada para realizar su trabajo (que hacen con verdadera maestría y perfección), pero más adelante el proyecto fue a más y se iniciaron los pasos para que pudieran tener un hogar digno. Se organizaron cooperativas, y voluntarios laicos relacionados estrechamente con la congregación, diseñaron los planos e infraestructura de las nuevas viviendas que tenían como propietarias siempre a las mujeres. Se hicieron varias fases que hemos tenido la suerte de visitar en esta ocasión.
La primera de todas fue la de las trabajadoras del Taller de Mandaluyong.

Una puerta verde algo desconchada con la inscripción Saint Joseph Homes Community se abrió para invitarnos a pasar. Yo no tenía ninguna idea previa de lo que había al otro lado, nunca me gusta viajar con ideas preconcebidas, intento en la medida de lo posible que mi mente llegue abierta y limpia para recibir y asimilar lo que encuentro sin filtros ni corsés. Una calle estrecha con una hilera de casas a cada lado era el escenario donde mujeres y niños nos recibieron con rostros expectantes y curiosos, agradecidos y amables. Los niños nos miraban como sólo ellos saben hacerlo: sin disimulo y con cierto recelo hacia esas mujeres tan blancas y distintas, pero unos cuantos gestos bastaron para que esa curiosidad y recelo se tornaran en alegría y durante todo el recorrido nos siguieron de cerca, olvidándose de nosotras solo al final para dedicarse a sus juegos. Uno de ellos había comprado por cinco pesos (unos diez céntimos) un cangrejo ermitaño que luchaba sin ninguna posibilidad por escaparse de sus manos mientras se lo pasaban unos a otros como un juguete sin pilas ni batería.
¿Qué es un hogar?
Seguro que si a nosotros  nos pidieran dibujar un hogar pondríamos en él unos sofás mullidos con muchos cojines, una cama inmensa con sábanas blancas suaves y perfumadas, un gran ventanal con unas vistas paradisíacas, todo un despliegue de aparatos tecnológicos, una chimenea, o una buena calefacción o un refrescante aire acondicionado,...cada uno en función de sus gustos. Pero me atrevo a afirmar que hay muchas casas así que tal vez son dignas de una revista de decoración pero que nunca serán un hogar como los que pude ver allí.

Día de colada





















En un país en el que hay mucha gente durmiendo en las aceras, debajo de puentes y pasos elevados, con un clima lluvioso y con un calor húmedo que te vence y te agota como si te estuvieras derritiendo por todos los poros de tu piel, un hogar es un techo, unas paredes, un ventilador, una cocina con algo que cocinar todos los días y una gran familia.















Un día estas casas fueron habitadas por las  trabajadoras del taller, la mayoría de ellas solteras, pero aquel decorado dio paso años después a lo que encontré en esta comunidad: una vida bulliciosa, con más de veinte niños que se criaban juntos, que jugaban y, a veces,se peleaban, para después hacer las paces y abrazarse sin rencor como muchos de nosotros (los que tenemos cierta edad) hacíamos en nuestra infancia, huérfana de tecnologías pero con una familia numerosa que incluía a nuestros amigos, sus hermanos, sus padres, que también nos "educaban" cuando nos extralimitábamos, los abuelos compartidos por todos,..
Inseparable su máquina de coser

Esta propietaria, trabajadora jubilada de
los talleres, ayuda su economía con esta tienda en su
propia casa



Sus dueñas nos enseñaban orgullosas sus hogares, humildes pero cuidados con esmero (la mayoría). Con necesidades, pero con imprescindibles. Todos con sus cortinas anudadas al estilo filipino y una buena provisión de arroz, que aquí es el rey de la mesa en todas las comidas a lo largo del día.

Despedida entrañable

También fuimos a las otras viviendas; las de las trabajadoras del taller de Quezon City. Las primeras se construyeron antes de que Taller de Solidaridad llegara aquí pero las otras ser realizaron gracias al esfuerzo de sus propietarias y con una dosis importante de ayuda merced a la generosidad de todos los que de una manera u otra, formamos parte de la gran familia solidaria de TdS en España.
Una calle sin asfaltar y pedregosa, con surcos hechos por la lluvia, es el lugar donde nos recibieron sus propietarias para invitarnos rápidamente a pasar a cada una de ellas sin permitirnos saltarnos ninguna. En cada una de ellas nos quitábamos los zapatos pues las condiciones de la propia calle hacen que ese detalle sea necesario para poder mantener la limpieza en el interior.



La colada se tiende de forma muy práctica
para ocupar poco espacio

La calle nunca conoció el asfalto



Nuestras anfitrionas. ¿Quién dijo que a los asiáticos no les gusta el contacto físico y no demuestran sus afectos?






El siguiente grupo de viviendas también estaba formado por una hilera de casa formando una calle que quedaba cerrada, de modo que sólo los vecinos podían entrar en ella. Era domingo, así que todos (madres trabajadoras, padres y niños) estaban allí y nos tenían preparado un recibimiento precioso. Los niños habían ensayado una coreografía (nada parecido a una danza tradicional filipina) y sus madres una merienda espectacular con plátanos cocinados no sé exactamente cómo pero que estaban exquisitos.
Las mujeres una vez más, nos invitaron a pasar a sus casas una por una.
Estas son más recientes que las anteriores, de modo que el aspecto es más nuevo, además muchas de ellas habían hecho mejoras. Es la base de la ayuda a la mujer; cuando ella promociona y prospera su situación, repercute en toda su familia: en la educación de sus hijos, en el cuidado y atención a los mayores, en la higiene, la alimentación,...
Y estas casas son un ejemplo absolutamente gráfico de ello.
















Tengo que confesar que ser recibida de esa forma me produce cierto pudor; es como si estuvieran esperando a alguien importante y me hubiera colado yo en lugar del personaje. Pero el cariño de sus gestos, la complicidad de sus miradas y sus palabras, hicieron que esa sensación desapareciera. Tanto mi compañera diana como yo, recibimos y agradecimos esas atenciones como lo que eran, una muestra de amistad, reconocimiento y gratitud a todos los que, desde España colaboraron en la construcción de estas viviendas y siguen aportando sus granitos de arena en otras partes del mundo para que los que no tienen la fortuna que hemos tenido nosotros puedan permitirse el lujo de seguir soñando un futuro mejor para ellos y los suyos


Llegar aquí y conocer los rostros de estas personas es un privilegio y un acicate para seguir una labor que lejos de perderse en el camino, llega directa al corazón de estas personas y a sus hogares que son la garantía de una vida mejor y de unos sueños cada día más dulces y prometedores. En nombre de todos ellos
                                                         ¡Gracias! ¡Salamat!


martes, 9 de agosto de 2016

Todo lo que ha sido creado, primero fue soñado


Quiero continuar mi relato sin detenerme mucho porque después de presentaros en grupo a los protagonistas de Estancia, no quiero dejar para muy tarde los detalles de cómo fuimos a visitarlos a sus casas y cómo compartimos con ellos unos momentos impagables.


Estancia es una localidad costera situada al norte de la provincia de Iloilo y es un lugar estratégico para la comercialización de pescado. El día 8 de noviembre de 2013, el tifón más fuerte registrado en Filipinas asoló esa localidad, acabando casi por completo con los barcos pesqueros, dañando entre ellos una barcaza que derramó en ese mismo día más de 800.000 litros de fuel pesado al agua.
El desastre humano material y ecológico fue tremendo. Estas noticias se oyen en los informativos y nos conmueven pero después proseguimos con nuestras "ajetreadas" vidas y cuando dejan de aparecer en los titulares, se esfuman como si todo hubiera ya pasado y vuelto a la normalidad.
Supongo que llegar a estos lugares en los días posteriores debió ser impresionante porque tras casi tres años aún persisten las marcas sobre el terreno y la heridas interiores en las personas, que son las que más duelen y las más difíciles de curar. 
En aquel momento Taller de Solidaridad se puso en movimiento y todos los esfuerzos de los que formamos parte de esta gran familia se volcaron en la campaña de "Soñando un Techo"
Muchas personas en las ciudades donde hay comités, participaron y respondieron a nuestra llamada. Con su ayuda y esfuerzo se consiguieron construir casas para aquellas familias que lo habían perdido todo y ahora, unos años más tarde, la misma ong, está colaborando con las familias para que puedan tener un futuro.
¿Os imaginais que un día nos despertamos y a nuestro alrededor no queda nada de nuestro hogar? Hemos perdido nuestros utensilios, nuestros recuerdos, nuestra ropa, nuestras camas,...incluso las paredes y el techo? Sólo la tierra, el vacío de donde antes hubo un hogar más o menos equipado. Eso fue lo que se encontraron las personas que conocí el otro día.
 Es cierto que ya antes de que el tifón se lo llevara todo, ellos no tenían muchas pertenencias pero también es cierto que cuantas menos cosas tiene una persona, más necesarias son.
Para hacernos una idea os propongo que miréis ahora mismo a vuestro alrededor en vuestras casas y os preguntéis cuánto de útiles e imprescindibles son la mayoría de las cosas que veis.
Pero continúo con ellos, que son los verdaderos protagonistas.
Justo al lado de la casa Myrna nos enseña un trozo de tierra  con restos de un suelo de cemento, que fue lo único que encontró  tras el tifón.
La nueva casa de Myrna
Fueron muchas las historias,pero me impresionó la de Myrna, una mujer de 65 años, que nos contó con la voz y el corazón acelerados cómo llegó el tifón y ella y las otras dieciseis personas que vivían ya en una precaria cabaña tuvieron que refugiarse debajo de un lavadero durante las ocho horas que duró. Cuenta que cuando todo pasó sólo estaba el suelo de cemento de lo que había sido su hogar. En una ladera suave con vistas al mar, lo que podía ser un lugar idílico, se convirtió en una pesadilla. Ella contaba que sin dinero apenas se atrevía ni siquiera a soñar con tener una casa y nos enseñaba orgullosa, feliz y agradecida la que, gracias a la generosidad de personas en España, era ahora su hogar. Nos habló de las heridas físicas y de las internas y nos dijo que aún hoy, tres años después, cuando los niños ven que arrecia el viento y la lluvia, corren asustados gritando el nombre de Yolanda.



Hay más historias como la de esta mujer; Delma nos enseñó la lona bajo la que estuvieron viviendo ella y sus hijos hasta que acabaron de construir su casa. Todos los beneficiarios de este proyecto colaboraron activamente en la construcción de sus propias casas. Todos ellos han cuidado de ellas y las han mejorado poco a poco en la medida de sus posibilidades. Algunos se organizaron en grupos, haciendo ellos mismos aportaciones semanales para crear un fondo de emergencia y ayudarse en caso de que alguno de ellos tenga una urgencia como medicamentos, asistencia médica,...
Y de todo este germen empezó a surgir el proyecto que ahora tiene en marcha Taller de Solidaridad:



En el triciclo de Rolando primero, y en el de Rey después, fuimos recorriendo todas las casas que había por la zona. Atravesando campos verdes de caña de azúcar, maíz y arrozales; todo ello por caminos de tierra que, debido a que estamos en la época de lluvias, estaban embarrados de manera que a veces parecía que el triciclo no podría atravesar los enormes charcos de lodo.
Los triciclos forman parte de la fisonomía y la actividad de Filipinas; las ciudades y pueblos se extienden mucho, así que resulta un medio de transporte rápido y económico. En ello consiste el sueño de estos dos componentes del programa de emprendedores. Taller de Solidaridad les ha prestado, igual que a todos los demás emprendedores, una cantidad de dinero que ellos van devolviendo en plazos que dependen de la cantidad solicitada. Mientras tanto, tienen un modo de vida para sacar adelante a sus familias.
Rolando Serafín

Rey Cabuyol





















Si hay algo que llame también la atención en Filipinas es la cantidad de pequeñas tiendas que hay por todas partes; en las aceras, en los solares vallados entre las casas, en las ventanas que dan a pie de calle,... Varias de las beneficiarias han optado por este tipo de negocio y han ampliado sus casas iniciales para añadirles una pequeña extensión donde poner una tiendecita.

Mellie Abunjawan
Felipe Rogales con su hija y sus nietos
















Hay también otros negocios de venta de comida ambulante, Monina y su marido se han decidido a emprender el suyo.
Monina Forcadela y su marido delante de su casa y con su puesto ambulante de comida

Mary Rose y su marido Archie, han emprendido un negocio de comida para llevar. Con los beneficios ha conseguido luz eléctrica para su casa.

Gran parte de los fondos para estos proyectos se nutren de la campaña "Share a coffe for a Dream". Está dirigida a recaudar fondos a través de las "microdonaciones" de todos aquellos que queráis participar en ella y seguir promocionando y ayudando a personas como las que acabáis de conocer. A través de la página web de Taller de solidaridad podréis seguir la evolución de sus negocios y de sus vidas e ir conociendo cada vez más de ellos, de sus familias y de otras muchas que esperan la oportunidad de un pequeño "empujón" para continuar avanzando y progresando.






Podéis acceder en este ENLACE y allí tomar cuantos cafés solidarios virtuales queráis, invitar a vuestros amigos, compartir con ellos, como hacemos delante de un café, ilusiones y esperanzas. El aroma de cada café virtual llegará hasta Filipinas y contribuirá a la materialización de los sueños de Mary Rose, Mellie, Myrna, Jenelyn,, May, Rona, Felipe,...




Conocer y escuchar a estas personas, reir y llorar con ellas,visitar sus hogares, recorrer los caminos que hacen cada día, me hizo admirar cada vez más la fuerza que tienen, su espíritu de superación, y su sonrisa franca, confiada y agradecida. 
Ellos han ampliado sus casas y ahora amplían sus sueños. Me enseñan a valorar lo afortunados que somos y la frecuencia con la que nos olvidamos de ello,  La tan extendida "cultura de la queja" que nos impide en nuestro mundo ver más allá de nuestros limitados horizontes.




lunes, 8 de agosto de 2016

Viaje a Estancia

El  domingo 31 de julio por fin nos pusimos en camino a la región de Iloilo, concretamente a la ciudad de Estancia. Y digo por fin, porque allí nos esperaban los rostros y las historias de los beneficiarios de la campaña que hizo Taller de Solidaridad "Soñando un techo".
¡¡Y qué bien puesto estuvo ese nombre por lo que más tarde os contaré!!
Para ir a cualquier sitio en avión hay que pagar el tributo de dedicar alrededor de tres horas para llegar al aeropuerto. Esta es una ciudad deshumanizada, el tráfico es tan denso y caótico que cualquier desplazamiento por las zonas más concurridas es una tortura. Una vez allí cogimos un avión que en hora y media nos llevó a Roxas y allí nos recogió un coche (más tarde nos enteramos que el alcalde lo había enviado). Una hora y media más de camino. En el recorrido ya nos dimos cuenta que estábamos en Filipinas, al alejarnos de la pupulosa Manila por fin nos habíamos encontrado con una vegetación exuberante, con árboles desconocidos en nuestras latitudes, flores y arbustos exóticos y un "bullir" humano por todas partes que no habíamos podido observar en la gran capital. Luego otra sorpresa más: al leer los carteles de direcciones de la carretera pude comprobar que había indicaciones a Pontevedra, Leganés, Guadix, San Rafael, Nueva Lucena, Numancia,...todo un muestrario de pueblos repetidos que nos recuerdan que los españoles anduvieron por aquí durante más de tres siglos.
Al llegar a Estancia, lo primero que observamos era que había desaparecido ese calor bochornoso que nos ha acompañado desde nuestro aterrizaje en Manila, sustituido por una templanza agradable que incluso a veces se convertía en una suave brisa que no habíamos disfrutado hasta entonces. 
Animadas por esta sensación tan agradable y porque íbamos a conocer en persona a los beneficiarios, primero del proyecto "Soñando un Techo", y luego del actual de emprendedores, que se subvenciona con la campaña de Share a coffee for a dream, tomamos posesión de nuestra nueva habitación y nos dispusimos a esperar la hora a la que Erlin los había citado a todos para que pudiéramos hablar con ellos.
y por fin esa hora llegó; cuando entramos a la habitación en la que habíamos quedado un grupo de personas nos esperaban y después pudimos comprobar que tenían tantas ganas de conocernos como nosotras a ellos.



Uno a uno se fueron presentando. Casi todos hablan en tagalo, un dialecto filipino que en las zonas rurales y más desfavorecidas le gana la partida al inglés. Erlin traducía; ella es la que dirige, supervisa y lleva las cuentas de Taller de Solidaridad aquí. Pero antes de que llegara esa traducción ya los sentimientos afloraban no sólo porque en ese dialecto hay algunas palabras españolas, y porque escuchábamos repetida las palabras: Yolanda, , Taller de Solidaridad, Siervas de San José, Salamat (gracias) sino porque sus rostros hablaban más allá de sus palabras. Sus gestos, las manos que se llevaban al corazón, sus ojos y, en ocasiones, sus lágrimas nos hicieron comprender que no estaban allí para solicitar más cosas (aunque sean muchas las necesidades que siguen teniendo), sino para contarnos las historias de cómo el temible tifón Yolanda pasó por allí y los dejó sin casa y sin absolutamente nada. Y para agradecer la ayuda que les llegó desde España que les permitió poder volver a dormir y vivir bajo un techo.
Uno a uno fueron contando historias paralelas. Cambiaban datos como el número de hijos, los miembros de los que constaba cada familia, las edades, pero subyacía en todos la angustia y el vacío tras el devastador paso del tifón.
Al final pedí a Erlin que tradujera y les dijimos lo felices que estábamos por fin de conocerlos y les hablamos de cómo Taller de Solidaridad y todos los que componemos esta ong nos pusimos en marcha para recolectar dinero para sus casas; cómo gente sencilla y normal había dado su donativo para que aquel sueño pudiera hacerse realidad y les contamos que todos aquellos esfuerzos habían merecido la pena y que ahora ellos debían conocer que detrás de TdS hay muchas personas, muchos rostros y muchos corazones generosos que sufren con los que sufren y se alegran de poder ayudar a personas como las que en ese momento estaban reunidas en aquella oscura habitación.
Fue uno de los momentos más emotivos que he vivido (y soy afortunada por tener muchos en mi mochila). Cada persona se presentaba cuando tocaba su turno y, tras el nombre y la edad, toda una riada de miedos, desesperación, angustia, agradecimiento y esperanza, nuevas ilusiones y nuevos sueños, pero esos, os los contaré después de presentaros a los protagonistas en las siguientes fotos a la luz radiante de una tarde mágica y especial.


Compartiendo nuestro café solidario
Share a coffee for a dream


sábado, 30 de julio de 2016

Los sonidos de Manila

Cuando llegamos, cerca de las nueve de la noche, tras el denso tráfico desde el aeropuerto hasta nuestro destino final, Erlin nos enseñó parte de la gran casa en la que íbamos a vivir las próximas semanas. Las hermanas que todavía estaban levantadas nos recibieron con tal dulzura y alegría, que nos sentimos arropadas y acogidas con cariño.
Ventana "hermeticamente abierta"
Mi habitación es sencilla pero tiene todo lo necesario, sin que las cosas superfluas de las que estamos rodeados siempre, estorben o dificulten la limpieza y el orden. Las ventanas aquí son muy curiosas; una estructura metálica sujeta unas láminas de cristal horizontales que con una palanquita se abaten para abrirse como una persiana o se cierran de forma que todo queda "herméticamente abierto". Por fuera, afortunadamente una tela mosquitera impide el paso a invitados no deseables de tamaño mayor a los agujeritos. 
Pero el ruido no se asusta ante semejante aislamiento y las noches (especialmente la primera) resultan llenas de vida.
Parte del jardin y el gato "disimulando"
En nuestro mundo vivimos al margen de la luz y de los sonidos de la calle. Nuestro aislamiento es tal que, a veces, podemos ocultar el sol y dormir cuando es de día mientras que nos mantenemos en vela por la noche. Aquí estas ventanas de las que hablaba nos conectan en todo momento con el mundo exterior y la variedad de sonidos que se aprecian es infinita; además como siempre que salimos de nuestro entorno seguro y conocido, los sentidos se agudizan y, en este caso, el oído se hace protagonista trayendo a nuestro cerebro todo un nuevo mundo de sensaciones.
La obra de nuestros vecinos
Mi ventana da a un jardín arbolado y a un edificio colindante donde los Claretianos están construyendo un colegio (esta es una zona donde hay muchos colegios y universidades); nos han contado que tienen prisa pues trabajan veinticuatro horas siete días a la semana. Pues bien, parece que las primeras noches tocaba desmontar una parte de los andamios porque había un estruendo de hierros golpeados y arrojados abajo difícilmente imaginados y tolerados por nosotros en España a estas "deshoras".
Aunque está el jardín por medio, el rumor del tráfico también llega y no sólo el tráfico rodado sino que también se escucha algún que otro avión y, a pesar de la oscuridad, más de un helicóptero sobrevuela la zona.
Esto en cuanto a ruidos "humanos", pero se perciben al mismo tiempo una variedad de otro tipo de sonidos. 
Los gatos: lo que en un primer momento me pareció un niño llorando de forma desconsolada, derivó en un orfeón de maullidos que iban desde el cortejo gatuno hasta las peleas más fieras, lo que interpreté que debían ser las más terribles amenazas a los contrincantes del cortejo porque aún no domino el lenguaje gatuno. Tan cansados acaban los mininos de sus escarceos y disputas nocturnas que durante el día dormitan entre los árboles del jardín como si no fueran ellos los mismos que la noche anterior se hacían dueños de la noche. 
La lluvia
No son los únicos animales, hay unos pájaros cuyo aspecto desconozco que tienen un cantar muy extraño; un chirrido como cuando pasamos una bayeta por un cristal limpio (es lo más parecido que conozco para describir semejante cantar). Un gallo que debe cantar en tagalo porque tampoco despierta con el kikiriki de los nuestros. Y perros de un ladrido más internacional. 
Al amanecer, apenas hay luz cuando un par de personas se ocupan de barrer las miles de hojas caídas cada día de los árboles, con un escobón de caña empieza un cansino y rítmico sonido de arrastrar de las ramitas que forman el cuerpo de la escoba; este sonido dura hasta que otro más extraño empieza después de las seis y media: una voz monótona y cansina repitiendo una letanía diaria: one, two, three, four,....one, two, three four,...Asomándome por las láminas de cristal de mi habitación puedo ver cómo las "madres mayores" (que así llaman en español aquí a las monjas que ya superan los setenta y tantos años), hacen una gimnasia matutina a medio camino entre el tai-chi y la rehabilitación, que siempre acaba con una exhalación de aire con un grito cargado de energía que diríase de luchadoras de sumo más que de mujeres de edad avanzada.
También hay un sonido coincidente con el amanecer pero que puede ser escuchado a cualquier hora del día, que surge de pronto, de menos a más y va tomando intensidad como una oleada cada vez más cercana: debe ser un insecto parecido a las chicharras. De pronto empiezan a acallar el resto de los sonidos y, después de varios días, he comprobado que muchas veces son los heraldos de uno de los sonidos más espectaculares: el de las tormentas.
Ya ha habido varias de ellas y ahí sí que se hacen protagonistas de la noche (a veces más por la tarde). Empieza un repiqueteo cada vez más fuerte de lluvia y rápidamente el cielo empieza a oscurecerse y llenarse de unos rayos lo que iluminan todo, para avisarnos de que estemos preparados para el estruendo mágico y telúrico de los truenos. Es un sonido espectacular, que lo llena todo y hace que vibre nuestro cuerpo como cuando pasamos ante unos enormes altavoces en una feria o en un espectáculo de música al aire libre. Eso, sumado a que los tejados del edificio son de una especie de chapa ondulada, hace que el concierto de la naturaleza resulte impresionante; sólo el caminar tranquilo de las monjas de un lado a otro de la casa, siguiendo con sus quehaceres, hace que cada vez lo escuchemos con más tranquilidad como una más de las músicas de este lugar.
Y hablando de músicas ya acabo esta sinfonía filipina con las voces de las monjas. Cuando celebran misa o algún acto religioso, la casa se llena con la música que sale de la capilla ¿Cómo es posible que canten tan bien? Unos cantos melódicos, dulces, en inglés o en tagalo, a capela o acompañadas del piano y la guitarra, que calman el espíritu y serenan el alma.